Últimamente me he encontrado en varias ocasiones con una frase que dice que problemas tiene todo el mundo, querer resolverlos es lo que nos lleva a iniciar un proceso de terapia. Y es una forma corta, sencilla y directa de sintetizar las múltiples motivaciones y fuerzas, algunas de las cuales reman en sentidos opuestos, que nos pueden llevar en un momento dado a buscar la ayuda de la psicoterapia.
Continuamente me encuentro con personas a las que les cuesta responder a la aparentemente sencilla pregunta de: “¿qué te ha traído a terapia?” Y digo aparentemente sencilla porque en ocasiones resulta bastante complicado responderla. Otras veces, la respuesta mana con fuerza y fluidez: “me he separado y lo estoy pasando fatal, no remonto y no tengo ganas de nada”. “Desde que murió mi padre/mi madre estoy como apático, no tengo ilusión, todo me cuesta. Y debería haberlo superado porque ocurrió ya hace…” Otra respuesta habitual, que muestra máscaras similares y esconde siempre heridas sin cicatrizar: “llevo ya un tiempo largo con ansiedad, estoy irascible, tengo tensión y contracturas habitualmente…he intentado tomar medicación pero al tiempo me ha vuelto. Y ya no puedo aguantar más”.
¿Qué beneficios puede aportar la terapia en estas situaciones?
Cuando estamos atravesando un momento difícil, una situación de crisis vital producida por un cambio importante (pérdida, ruptura, paro, enfermedad), el proceso de terapia supone un acompañamiento, un apoyo para elaborar la nueva situación, para masticar la pérdida y poder experimentar y sentir todo lo que ello conlleva. El terapeuta ayuda a la persona, por un lado, a no ponérselo más difícil, precisamente mostrándole cómo se lo pone más difícil (exigencias, juicios, enfados con uno mismo, sabotajes, idealizaciones irrealizables, represión y/o negación de emociones y un largo etcétera) en la digestión de la nueva situación. Esto ya no es poco. Y por otro lado, la terapia ayuda a movilizar los propios recursos que tiene la persona para hacer frente a todo aquello por lo que está pasando o está por venir, ya que normalmente tendemos a infravalorar las herramientas y recursos que tenemos…por tanto, la terapia ayuda a mirar con otros ojos las fortalezas que tenemos y nos ayuda a desarrollar recursos nuevos para hacer frente a lo que venga y crecer con ello. La mayoría de las veces nos cuesta aceptar la nueva situación, nos quedamos anclados en lo viejo, en la antigua forma de funcionar y de ver y relacionarnos con el mundo y es esto lo que nos produce tanto malestar.
En otras ocasiones no es posible identificar un hecho concreto, una situación clara o crisis reconocida a la que podamos remitirnos como punto de inflexión. Suele tratarse de un inicio más amorfo, de un “esto me pasa desde siempre”, “me siento así desde que recuerdo” o un “siempre ha sido así pero cada vez es peor y no puedo más”. Puede tratarse de ansiedad, angustia, soledad, insatisfacción, tristeza recurrente…La psicoterapia, en estos casos, ayudará a identificar en qué medida estos síntomas se deben a situaciones del presente que están generando malestar o a heridas del pasado que necesitan ser revisadas y sanadas. A veces las vivencias del pasado suponen una mochila tan pesada que no permiten vivir en el presente y responder exclusivamente a las situaciones del presente, sino que nos vemos arrastrados a reaccionar de forma automática con emociones perturbadoras y un malestar que se fue gestando desde hace mucho tiempo. La psicoterapia nos ayuda a reconstruir la narración de nuestra vida, pudiendo detenernos en aquellas heridas que no fueron atendidas como necesitábamos para reconocer las consecuencias que tuvieron y comprender cómo nos marcaron y qué tuvimos que hacer para superarlas. Y cómo, a día de hoy, siguen marcándonos. Y nos permite atenderlas, con todas las herramientas y recursos del ser adulto, para sanar nuestro apego.
Así, podemos entender el proceso terapéutico como un proceso de aprendizaje en el que aprendemos a darnos cuenta de lo que nos ocurre, a identificar nuestras necesidades y a movilizar nuestros recursos para satisfacerlas; aprendemos a sentir nuestras emociones y nuestro mundo interior y a respetarnos, a cuidarnos, a validarnos y legitimarnos de forma sana. Aprendemos a acompañarnos y habitarnos. Y, claro está, aprendemos también a relacionarnos con los otros de la forma más satisfactoria posible.
¿Cuándo se suele iniciar pues el proceso de terapia?
Cuando nos responsabilizamos de nuestros problemas y deseamos solucionarlos.